Me dierón 48 míseros euros por aquel trabajo denigrante, fue muy humillante y duro pasar todo el día entre aquellos rudos hombres curtidos por el trabajo del campo, para mí era mi primera vez como vendimiador. Había oído hablar de lo duro que podía llegar a ser, me advirtierón y no dí el más mínimo crédito a los que intentarón disuadirme de mi iniciativa para salir de la situación de economía precaria en la que me encontraba. Yo tenía una visión muy romantizada del campo, de la vida en los campos labriegos de Andalucía. Quizás fue que lo deje todo para el último minuto y no supe escoger entre las empresas con mejor nivel de satisfacción de sus empleados. Fui muy impulsivo y no me informe bien.Me quede con la peor de todas. Mi indecisión ante las críticas me jugo una mala pasada.
Me subí a la furgoneta impulsado por una energía electrizante que me recorría todo el cuerpo de pies a cabeza. Tenía que tener aquella experiencia, movido sin lugar a dudas por la necesidad imperiosa de ganar algún dinero de la manera más rápida posible, sin caer bajo el oscuro influjo de otras opciones más lucrativas pero ilegales.
Cuando subí a la furgoneta, mire a mi alrrededor, un puñado de hombres jovénes cabizbajos y sumidos en sus pensamientos, en absoluto silencio se apiñaban tratando de no ser el centro de atención, nadie miraba a nadie, todo el mundo tenía la mirada perdida, yo era el único que parecía tener interés en observar con atención aquella escena novedosa e inesperada por mi falta de experiencia.
Durante el trayecto, aún no sabía cuál iba a ser mi trabajo,pero debía llevar escrito en la cara novato, pues al mayoral le costo menos de un minuto decidir cuando llegamos a la plantación que yo iba a pasar el dia llevando y trayendo las cestas donde se recogían las uvas. Camine tanto, bajo el ardiente sol, cargado con las pesadas cestas, hasta la furgoneta más cercana para ir recogiendo las cestas llenas de la fruta recién cosechada. Imágenes de mi casa, de mi ciudad, de mi familia como flashes de una cámara fotográfica, venían a mi mente entre idas y venidas. Sólo parabamos unos fugaces segundos para beber agua, gruesas gotas de sudor recorrían mi espalda empapada, con la camiseta pegada como en una segunda piel, debido al asfixiante calor.
A media mañana paramos para almorzar, algunos hombres traían su propia comida, yo no llevaba nada, tuve que alimentarme de lo que nos ofrecierón, bocadillos de embutido, fruta y zumo. En ese aspecto al menos fuerón correctos, no puedo quejarme. Volví a fijarme con mayor interés en los hombres que me rodeaban, no conocía a nadie, ninguno de ellos parecía tener nombre, todos respondían cuando alguien les decía chico esto, chico lo otro.
Algunos tenían un aspecto envejecido, con un aire cansado y triste, con el rostro surcado de arrugas que parecían querer relatar una vida de trabajo. No me parecía en nada a ellos. Tuvierón que vendarme las manos enrojecidas y solladas por las cestas, para que pudiera terminar el trabajo, al final del día me sangraban. Un agudo dolor me impedia apenas moverlas, pero tenía que seguir trabajando, así que ignoré el dolor como pude.
Por qué me sentía tan mal conmigo mismo ?, si estaba haciendo lo que yo mismo había escogido. Había conseguido el trabajo y me hacía cábalas mientras almorzaba de como iba a gastar mi dinero, una vez hubiese finalizado el dia. Me llevo un buen rato estar sumido entre mis pensamientos el averiguarlo, yo era jóven, tenía aún sueños de una vida mejor, era inexperto y aún no sabía cuantas puertas tenía cerradas. Mi ignorancia me hacía atrevido.
Aquellos hombres eran la estampa viva de una generación que no tuvo muchas opciones de vida, sufridos y resistentes ante la adversidad, se construyerón una vida a base de renuncias y sacrificios de sueños olvidados en algún recondito cajón de la memoria. Entonces de forma repentida me dí cuenta, yo era el único que parecía menor de treinta años, los demás eran más maduros que yo, alguno incluso rozaba la cincuentena.
Pero yo, había visto hombres jovénes en el pueblo, hombres que se abrazaban entre ellos dandose palmadas en la espalda cuando conseguían ser elegidos en las cuadrillas que ellos querían. Me daban mucha envidia. Yo quería ser uno de ellos, pero no supe elegir bien y allí me encontraba, rodeado de gente mucho más experimentada que yo, que se las sabían todas y yo sin darme cuenta de nada, caí en todas las pequeñas triquiñuelas para trabajar menos a costa de otro menos avezado.
El dia fue de mal en peor, estuve a punto de desmayarme por las altas temperaturas, pero al ver la situación uno de los hombres me tiro agua fresca por la cabeza y la espalda, aliviando mi sofoco. Si no hubiera sido por el, me hubiera caído redondo en medio del campo con la cesta cargada a mi hombro. Le mire profundamente agradecido y me correspondio con una mirada que decía muchas cosas, sin pronunciar palabra, nos entendimos. Allí nadie hablaba de nada. Algunos entonaban canciones mientras trabajaban, pero los más estaban en silencio sólo roto por el arrullo del viento entre las hojas de vid. A los pocos minutos nos dierón el aviso de que era la hora de comer, el viejo adagio ora et labora, me fue muy bien para aquellos minutos que se me hicierón interminables hasta llegar a la finca donde unas mesas con coloridos manteles nos ofrecían lo que a mi me parecierón los mejores manjares del mundo. Tanta era mi hambre.
Durante la comida, algunos de los hombres rompierón su mutismo y se mostrarón más alegres, pero como hablaban en otra lengua que no supe ni reconocer no pude participar de la conversación animada que mantenían. El hombre que me ayudo se sento a mi lado y con un gesto de me dijo, come. Y obedecí, me sentía tan aislado entre aquellas gentes. Durante un rato deje de pensar y hacerme preguntas y me concentre en la comida, que me supo deliciosa. Comí todo lo que pude hasta hartarme, nos permitierón descansar bajo la sombra de los árboles durante un buen rato, pues querían asegurarse de que nadie se daba de baja, eso lo entendí después.
Un pesado sueño me abrazo y me quede profundamente dormido, hasta que fuertes sacudidas de un pie en mi pierna me despertarón. Por qué tenían que ser tan rudos me pregunte ? Sin darme cuenta de que era yo quién estaba totalmente fuera de lugar, así es como eran las cosas y yo tenía que adaptarme o fracasar.
Por la tarde, de nuevo en la furgoneta los hombres parecían menos ensimismados en sus propios mundos y cruce alguna mirada con ellos, pero seguían con su mutismo. Yo sólo pensaba en cuanto faltaba para acabar aquél dia.
Al llegar, retomamos el trabajo de forma más lenta pero poco a poco fuimos cogiendo el ritmo, todos querían acabar lo antes posible. Entendí que me hacía sentir tan mal, nunca antes había tenido que verme en la necesidad imperiosa de ganar algún dinero aceptando cualquier trabajo, de poco servía allí mi formación como mecánico de coches de fórmula uno.
Me parecía denigrante tener que hacer esa labor que parecía tan poco valorada, era necesaria, pero nadie quería hacerla, por su escaso reconocimiento social, pero como iban a llegar las uvas a la fábrica si alguien no hacía ese trabajo ?
Enamorarme de una española no estaba resultando una buena elección. Mi novia, Lucía, andaluza, quería casarse lo antes posible para irnos a vivir a Madrid, pero yo no estaba consiguiendo nada con lo que poder ofrecerle la vida con la que pasamos horas planeando. Nada estaba resultando fácil, todo lo contrario, las dificultades se sucedían unas tras otra, sin darnos aliento. No quería defraudarla, había dejado todo atrás por amor. Y ahora me veía en una situación que era como por lo menos triste de contar a mis padres que anelaban recibir notícias mías.
En mi país, Italia también venían personas inmigrantes para hacer las temporadas en el campo. Me pregunto si tenían las mismas míseras condiciones de vida, pero no estaré exagerando?, no estaré dramatizando en exceso ? Aquellos hombres me hicerón ver que aquella vida no era la soñada por muchos pero que era una vida digna. Una vida que daba lecciones a cada paso, una vida que aunque muchos rechazarán tenía su sentido. No estaba preparado para renunciar a mis sueños, no estaba preparado para ni tan siquiera hacerme a la idea de que podía salir mal y verme así dentro de unos años. No estaba preparado para que Lucía me dejará al final del dia, no estaba preparado para volver a casa abandonado y fracasado. No estaba preparado para encajar lo dura que puede llegar a ser la vida.
Aquellos hombres sí, y esa fue la mejor lección de vida que he podido tener, ser capaz de llevar una vida digna trabajando, a pesar de que tus sueños de juventud no se hayan cumplido.
Por Elena Fernández Sánchez

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